«Una triste Navidad»

Cuento: «Una triste Navidad»

Por Débora Díaz Broceño – Antigua alumna

Había una vez, en tiempos de la segunda guerra mundial, una familia muy adinerada, formada por una padre, una madre y dos niñas de 2 y 7 años de edad: Rossi, la menor, y Mery, la mayor.

Como para muchas personas ricas, la Navidad no les significaba mucho. Bueno, podían gastarse mucho dinero en sí mismos, en cosas innecesarias… pero, en esos tiempos que, si por la guerra, que si porque la mayoría de los comercios que más les gustaban habían cerrado y, por muchas cosas más que ahora no viene a cuento… no querían comprar demasiado.

Una buena mañana, los padres de Rossi y Mery fueron a trabajar y ellas decidieron dar un paseo. Sus padres estaban atentos por si sonaba la sirena de aviso ante un posible bombardeo. Comenzó a sonar la alarma. Las niñas se refugiaron enseguida, pero los padres se dieron cuenta demasiado tarde y murieron en el momento de la explosión.

Las niñas tuvieron que marcharse a su casa y pasaron la noche solas, con mucho frío.

Al día siguiente, unos hombres fueron a buscarlas para sacarlas de esa casa ya que dos niñas tan pequeñas no deberían estar solas. Las mandaron a un orfanato, ya que no tenían más familiares. Pero ellas se escaparon.

Un día de muchísimo frío, la pequeña Rossi no lo pudo soportar y, a pesar de los esfuerzos de su hermana Mery para darle calor, murió.

A Mery ya no le quedaban fuerzas para seguir adelante. Había perdido a sus padres, a su hermana pequeña y, probablemente, ella sería la siguiente en morir. En ese momento se dio cuenta de que el dinero no daba la felicidad. Mery ya no tenía ninguna esperanza de que pudieran acogerla en alguna casa porque ya no era una niña con clase, no llevaba vestiditos de seda o lino en verano o de lana en invierno, sino que ahora iba con unas harapos muy sucios y rotos.

La Navidad se estaba acercando y ella seguía vagando por las calles en busca de algo para comer y un lugar para refugiarse y pasar la noche.

Ya era 24 de Diciembre y la gente abarrotaba las calles comprando cualquier cosilla que se les hubiera olvidado para la gran cena de Nochebuena.

Mery se paró frente a una casita que desprendía un dulce ambiente navideño, con olor a la carne que se estaba empezando a dorar en el horno, mientras que la familia estaban colocando los calcetines de navidad en la chimenea, cantando villancicos todos juntos y preparando la leche con galletas en la mesa más cercana a la chimenea para que cuando Santa Claus viniera, reponga sus fuerzas para seguir su camino, encendiendo las lucecitas del árbol de Navidad y muchas cosas más.

Mery observaba muy atenta cómo celebraban la Navidad en casas ajenas a la suya cuando. Sin salir de su asombro, se dio cuenta de que estaba siendo observada por una niña de esa misma casa que al verla llorar pidió a su madre que la invitara a cenar con ellos y a que pasara la noche allí. La madre al verla, la reconoció enseguida; al momento le abrió la puerta y la llamó para que pasara. Mery quedó muy sorprendida al ver la buena voluntad de esa familia y como el único plan que tenía eran dormir en la calle, decidió pasar. La bañaron, le dieron algo de ropa adecuada para que no tuviera frío. Cantaron villancicos, cenaron y se lo pasaron en grande escuchando historias que se contaba unos a otros. La llevaron a la habitación de invitados y le dijeron que podía pasar la noche allí. Ella hizo lo que le pidieron.

A la mañana siguiente todos se levantaron menos ella porque hacía mucho tiempo que no había dormido en condiciones. Había perdido mucho peso en poco tiempo por lo mal que comía porque había vivido como una vagabunda desde que sus padres murieron.

La niña que la observaba la noche anterior se llamaba Evelyn. Fue a despertarla para decirle que Santa Claus también había dejado regalos para ella. Mery se puso muy contenta porque el regalo era un precioso abrigo supercalentito y, además de eso, le propusieron quedarse a vivir con ellos.

Era la mejor Navidad de toda su vida (antes nunca había celebrado esas fiestas con sus familia), al ver que, a pesar de las desgracias que le pasaron siempre hubo alguien que la cuidó y que gracias a esa familia pudo volver a ser feliz y a sonreír como nunca antes lo había hecho.

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Publicado el 29/12/2012 en (N) Diciembre - 2012. Añade a favoritos el enlace permanente. 7 comentarios.

  1. Gabriela Florea

    ¡Guau, Débora! Me he quedado fascinada por dos cosas: La primera porque la historia está muy bien, y me ha encantado. Y.. la segunda, porque creo que es una de las pocas personas que publican cosas en el blog siendo antiguos alumnos.